El 9 de julio de 2025 puede pasar desapercibido para muchos ciudadanos europeos, pero será una fecha crítica para el destino geopolítico del continente. Ese día vence el ultimátum que Donald Trump -de vuelta en la Presidencia de Estados Unidos- ha dado a la Unión Europea para negociar acuerdos comerciales bajo amenaza de imponer aranceles del 50 por ciento. No se trata sólo de comercio: Es un pulso de poder, estilo y visión del mundo.
Trump no ha cambiado. Sigue siendo directo, impositivo, rápido en la acción y contundente en los gestos. Su lógica es la del impacto inmediato, del rédito político nacional, de la victoria visible. En cambio, la Unión Europea funciona con lentitud institucional, consensos complejos y una preferencia casi crónica por evitar el conflicto abierto.
Pero este no es momento para evitar el conflicto. Ceder en silencio podría ser más costoso que resistir con claridad.
Europa no necesita responder a Trump con sus mismas armas, pero sí con fimeza. Tiene el peso económico, la legitimidad internacional y la capacidad técnica para defender sus intereses sin caer en provocaciones. Sin embargo, lo que más necesita en este momento es unidad. Porque si algo ha demostrado Trump - en su primer mandato y ahora- es que sabe aprovechar las fisuras. Y Europa, como sabemos, tiene muchas.
Julio no será un mes fácil para los diplomáticos. El ambiente será áspero, cargado de desconfianza. No es probable que se alcance un acuerdo amplio. Lo más viable es un pacto parcial, una prórroga incómoda o incluso una ruptura calculada. Pero lo fundamental no será el resultado técnico de la negociación, sino el mensaje político que se transmita: ¿Será Europa capaz de plantarse con dignidad o seguirá esquivando las decisiones duras?
Trump no viene solo. Su forma de hacer política encarna una corriente global: La del repliegue nacional, la impaciencia con lo multilateral, la política como espectáculo. Si Europa quiere seguir siendo un actor relevante en el siglo XXI, necesita algo más que regulaciones y cumbres: Necesita coraje.
El 9 de julio será una prueba. No de comercio, sino de carácter.